No sé qué hago en este avión, sobrevolando el océano
con dirección a Florida. Sólo hace tres días que me llamó tu abogado y aún no
estoy convencida de la decisión que he tomado. Desde esta ventanilla parece que
el mundo se haya convertido en un espacio vacío. Aún me quedan cinco horas de
vuelo. Cinco horas en las que intentaré dormir para no pensar en ti, aunque sé
que será difícil porque es lo único que hago desde esa llamada.
Cuando descolgué el teléfono escuché una voz ronca y
unas palabras que no entendía. Tardé en reaccionar. Soy el señor Grant, el
abogado de la señora Noble ¿es usted su hija?, me dijo, y sólo entonces me di cuenta
de que Noble sería el apellido de tu actual marido. Incluso antes de acceder a
su petición, el señor Grant ya había hecho la reserva del billete.
Se han apagado las luces de la cabina del avión y ha
empezado el pase de la película, en inglés y con subtítulos en español. Estoy
mareada. Quizás hubiera tenido que comer un poco. Cuando han servido el
almuerzo no tenía hambre y no me gusta la comida americana. El hombre que viaja
a mi lado ha tomado un trozo de carne cubierto con una salsa rojiza y espesa,
de un olor fuerte y dulzón. De postre, un pastelillo de color azul bañado en
mantequilla. He sentido nauseas.
Es la segunda vez que viajo a Florida. La primera fue
cuando me invitaste porque querías conocer a tu nieto. Pol tenía cuatro años.
No sé si tiene mucho sentido regresar ahora, después de veinte años sin haber
tenido noticias tuyas. A pesar de los años sigo haciendo las cosas sin pensar
demasiado, sin valorar las consecuencias. Al final el tiempo tampoco consigue
cambiarlo todo. Ni siquiera podré explicarte que Pol se ha convertido en un
hombre encantador, que me siento sola, que te quiero, que no he podido
olvidarte. Quizás sea mejor así porque tampoco te hubiera interesado mi
conversación, nunca te gusto escuchar.
La última vez que te vi yo regresaba a Barcelona. Te
quedaste junto a la puerta de embarque, abrazada al ramo de rosas blancas que
yo te había comprado en una tienda del aeropuerto; siempre fueron tus
favoritas. Tenías el cuerpo rígido, la mirada distante y tus labios estaban
ligeramente ladeados. Pol te enviaba besos con su mano pequeña, contento por
haber conocido a su abuela. La abuela que él decía vivía en el país de los
sueños. Recuerdo que le cogí en brazos y recorrí un pasillo estrecho hasta
llegar a la puerta de entrada del avión, con las lágrimas contenidas en los
ojos. Nunca volví a verte.
Con el tiempo dejé de esperar tus cartas, tus
llamadas, a recordarte entre las fotografías que Pol encontraba en algún cajón.
Me habría gustado poder oír tus palabras. Tu historia, de la que nunca quisiste
hablar. Esa historia que hizo que te alejaras de mí.
A las doce del mediodía he llegado a Tampa. No he
podido dormir en el avión y estoy cansada. Al llegar al hotel me he tumbado en
la cama y he buscado el número del móvil de tu abogado.
-¿Señor Grant? Soy la hija de la señora Noble… Sí hace
un rato, estoy en el Holiday Inn… No, será mejor que no me esperen, no voy a ir
a su despacho para la lectura del testamento… Espero que lo comprenda… Por
cierto, he cambiado el billete para regresar a España, mi vuelo sale mañana, a
las doce. Iré a verle a primera hora… No, no quiero dejar ningún mensaje para
el señor Noble, tampoco le conozco… Una última cosa ¿podría decirme donde está
enterrada mi madre?
En una cruz blanca que sobresale del suelo hay el nombre
de María Noble grabado en letras doradas. Está rodeada por ramos de flores de
diferentes colores, algunas ya han empezado a marchitarse. Una brisa cálida me
ha rozado la cara y ha hecho caer unos pétalos sobre la hierba. Me hubiera
gustado decirte tantas cosas y ahora que estoy aquí estoy callada. Mañana
regresaré a España, volveré de nuevo a mi casa, con mi gente. Antes de
marcharme he dejado un ramo de rosas junto a la cruz; nadie te había traído
flores blancas, eran tus preferidas.
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