Llegamos a la playa cargados y de mal humor, pero lo
llevábamos todo: sombrilla, cubo y pala para Andresito, colchoneta hinchable,
los biberones de María, pañales, la neverita con cervezas para José, cremas
para no quemarnos, bolsas de patatas fritas, toallas y los niños.
Pero lo peor vino entonces, cuando miramos hacia el
mar y sólo vimos toallas, cuerpos a medio quemar y un montón de cabezas y
brazos donde se suponía que estaba la orilla. Sentí ganas de llorar, después de
tanto rato parados en al autopista, los niños que no habían dejado de gritar y
el calor. Esa calor, porque a José no hay manera de hacerle entender que con el
aire condicionado se va mejor. Se constipan los críos y además en verano se
pasa calor ¿no?, y de ahí no lo saco.
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